martes, 14 de agosto de 2012


Iba hacia el atardecer entre los árboles que se inclinaban hacia mí porque los balcones se atravesaban en su crecimiento. Hacia arriba, una delgada línea de cielo trazada por las hojas y las ramas de los árboles que no se tocaban, pero se iban acomodando a sus libertades (las de los dos) formando un dibujo unificado (junto con el cielo, también). Y pensé: Cómo nos limita el cemento.
Nos dobla, nos empuja, nos aplasta, nos endurece. Nos monocromatiza el alma. Nos ahoga comiéndose cada partícula de aire…


De repente un aire denso comenzó a abrazarme. Los pasos pesaban, el atardecer se volvió negro como el cielo y las hojas y ramas de los árboles. Apareció un humo espeso y cambiando constantemente de forma me fue invadiendo. Se me fue metiendo por cada poro. Se acumuló en el centro. Se posó en el aleph de mi pecho y sentí una hostilidad abrumadora. El cuerpo empezó a encorvarse, me enrollé como abrazándome y caí, rodando a la deriva de la gravitación. Cada tanto alguna piedra frenaba por un instante mi vertiginoso derrumbe haciéndome rebotar para luego ofrecerme con más fuerza a los misteriosos destinos de ese abismo espeluznante.
Repentinamente surgió un soplo por debajo que atenuó la velocidad con la que me precipitaba. Fue suave como una brisa pero tenía el poder del viento. Me alzó dándome un envión hacia la salida y sin darme cuenta empecé a flotar. Pude respirar profundo y ver las raíces también libres de esos árboles. Pude sentir la humedad de la tierra y el cálido abrigo del sol hundiéndose en ella. Pude encontrar en esas raíces una escalera hacia el suelo firme. Y pude encontrar con quienes caminarlo. Y seguir.

jueves, 2 de agosto de 2012


Cuánto sueño hundido en el fondo de la fuente de alguna plaza. Y yo acá, con los deseos en los bolsillos, aburridos, esperando ser depositados en una máquina de colectivo.
No sé qué es peor igual… si echar los anhelos a la vera del destino o que se llenen de pelusas en el fondo del saco.