Hay una fantasía que intenta replegarse porque no puede
manifestarse en la decepcionante realidad. Tras horas y días consumados con
imágenes etéreas que no han podido traspasar los grises de la materia, decide
deshacer su forma para rearmarse y convertirse (quizás) en un nuevo modelo que
permita apaciguar un poco más el permanecer en el estado sólido de la edad, que
espera ese encuentro que atraviese cuatro pupilas y rompa el cristal que
envuelve el líquido que precisa derramarse. 
Intento frenarla, le pido que se expanda para que nos
sigamos derritiendo con las realidades que habitan en la mente y se hacen carne
en el cuerpo porque aunque no puedan tocarse, se pueden sentir y esas
sensaciones (etéreas) sí atraviesan ese maldito límite y se plantan, desde el
momento en el que hacen palpitar párpados y corazones, en el ámbito de lo real.