Pueden haber vidas detestablemente dormidas, pueden haber sueños asfixiantemente despiertos pero no puede haber organismo eterno, ni muerte sin una existencia primera. Quizás ese último suspiro sea la apertura de la prisión del (deber) ser. Quizás la única chance que nos permita atravesar al fin las estructuras en las que nos han limitado a encajar: estigmatizaron las pieles, nos cubrieron los deseos, falsificaron necesidades, mutilaron el pensamiento, pero nunca pudieron esconder las genuinas reacciones de un organismo hecho de sangre y de cuero. Porque el cuerpo habla aunque esté dopado y le refuta a su propia lengua cualquier teoría. Quizás por tanta libertad dijeron que era el culpable de nuestro encierro pero un tiempo después asfixiaron la tierra con cemento.
Podrán entretenernos, podrán anestesiarnos, podrán alzar muros y enrejar el cielo con cableados. Podrán oler nuestra respiración e incluso ser el aire que respiramos pero no podrán detener el deterioro y la putrefacción del crecimiento. No es que la gente no tendría que morir, es que el humano no tendría que haber nacido.
sábado, 6 de mayo de 2017
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