lunes, 15 de octubre de 2007

.Una fruta se cayó del árbol con el viento, antes de tiempo.

Alguien me está agarrando con las manos el corazón. Y me lo va apretando de a poquito, pero sin parar, eh. Por momentos casi ni se siente, pero hay veces (como ahora) que quien sea que me esté estrujando el bobo, aprieta los dientes, (como con bronca, como con felicidad) y me amasa la sangre hasta prenderla fuego de tanto roce.
Puede que sean mis neuronas quienes exprimen sin piedad, pero son demasiado pocas como para poder apretar tanto y con tanta fuerza, entonces empiezo a dudar. Pero alguien se está enchastrando las manos con mi jugo, con mi ser, con mi esencia.
Esto me huele a tormenta.
Aunque no me huele mucho tampoco. Ya no sé si huelo, ya no sé si siento (ni olor, ni sentido). No lo encuentro. No le encuentro sentido.
¿hay algo más vacío que el sinsentido del propio ser?. Que el sentirse una lechuga, pero de esas que quedan en el fondo de la heladera, y que la descubrís limpiando la leche que se derramó y aterrizó sobre las hojas marchitadas de esa verdura, despues de como seis meses. De esas arrugadas, y negras, y achicharradas, y frías, y feas.
Ay... pero qué triste está el cielo. Qué triste lo veo.
Y la excusa no es que sea lunes y feriado y nublado.
Los gusanos siempre están adentro de las frutas, por acá… por el medio, taladrando los carozos. Si no la mordés, capaz no te das cuenta.
Pero yo me pregunto si a alguien que conociera este repugnante sabor, le interesaría morderme.
Como los duraznos, como las manzanas. Los melones, también se agusanan. Y si están verdes, no es porque no maduraron del todo (nunca van a madurar del todo) sino porque la maduración y la putrefacción, se está dando adentro. Y cuando me permita esparcirlo hasta la superficie, sólo se van a ver los moretones.

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