La eterna noche se dibuja frente a mí como una neblina constante, opacadamente brillosa. La observo y me desdibujo, curiosa por encontrar la gota que rebalse este balde lleno de cosas. Ansiosa, me vuelco a la humedad y me hundo en vacíos  intensos que van flotando en la rugosidad de las atormentadas nubes de este invierno. Y me revuelco con la punción de cada rayo y bajo el ensordecedor sinsabor de cada trueno. 
Despierto, y no estaba soñando, 
pero tampoco viviendo.
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